Voy a contarles
algunas impresiones personales acerca del acto creativo, en mi caso particular como
ilustrador, con marcada inclinación plástica y convivencia cotidiana con el
diseño gráfico.
Quiero compartir algunos
hallazgos de la experiencia, que son como esas piedras especiales que encontramos
a la orilla del mar: uno las toma y lo acompañan el resto del camino, como un
tesoro.
Lo haré también
apoyándome en la sensibilidad y las convicciones de algunos referentes, que creo
pueden ayudar a comunicar mis sensaciones.
Lo primero: vivimos aprendiendo
Como en cualquier
actividad en que nos embarquemos, siento que se aprende todos los días y
resulta muy útil saber que uno está aprendiendo. Se aprende de los demás, de
los docentes, de los dilectos, de los errores y los aciertos, de las técnicas, del
contacto con los materiales que uno tiene a mano, de las cosas que nos pasan a
la vuelta de la esquina, y de las otras, las que pasan por nuestra
sensibilidad. El material sensible.
Buscamos nuestra propia voz
Dice Manuel
Espínola Gómez: “… el primer acto que cumple el hombre cuando se propone hacer
un cuadro o elevar en el aire una forma escultórica, o llenar una página
pautada, es una definición que logra fuera de sí, no dentro de sí. Pero para
que ese estado de definición se cumpla cabalmente, el hombre tiene que fijar un
instante de esa marcha interior, de ese caudal interior, que no tiene término…”
Espínola Gómez alude
a la necesidad de reconocernos en el resultado de una ilustración o un cuadro,
en la expresión de un trazo determinado, en el uso de un color. Se trata de
mirar el trabajo concluido, si es posible determinar cuándo realmente lo está, y encontrar allí, al menos algo de lo que pasó
por nosotros.
Comunicamos
A partir de ese
momento, la comunicación con los demás se dará por añadidura, y multiplicará el
camino creativo.
Dice José Gurvich:
“…para que mis cuadros vivan, solo necesito
que el público los recree y participe viviéndolos.”
Allí se cierra el círculo
indispensable para despertar la magia del diálogo creador-espectador, o
creador-lector y viceversa.
Recreamos la realidad, no la imitamos
Joaquín Torres García lo expresa de esta manera: “Decimos
que (la pintura) es abstracta, porque en vez de imitar la realidad, procede con
elementos plásticos absolutos. Porque, la realidad, entonces, solo nos sirve de
pretexto para establecer, encima del lienzo una verdadera orquestación de tonos
o valores, a fin de llegar a una poesía y a una musicalidad de la pintura, que
entonces, para nosotros, constituye su verdadero fondo. Es decir, que la razón
de ser de la pintura, es para el pintor, pintar y no imitar.”
Paul Klee dijo en una oportunidad: “El color me tiene dominado. No necesito buscarlo
fuera. Me tiene para siempre, lo sé bien. Y éste es el sentido de la hora
feliz: yo y el color somos uno. Soy pintor”.
Nos
acercamos al juego y la libertad,
otros dos ingredientes que asoman como
imprescindibles.
Y vuelvo con esto a Gurvich: “Juego puro o invención
van juntos, casi yuxtapuestos; las imágenes de mis cuadros son puramente
poéticas. Su origen: son vivencias del quehacer plástico. Mi intención: es el libre
juego creador. El hombre y las cosas que aparecen son vistos de adentro-afuera.
Mi placer máximo es el juego creador, donde surgen la libertad de la imagen y
la libertad del espacio.”
Celebramos
que nuestro trabajo se llene de vida
Es lo mejor que nos puede pasar: que
la experiencia vital recorra cada trazo y abarque cada centímetro coloreado,
empapando toda intención creativa.
Buscamos la fascinación de la primera mirada
En los libros, nuestros
interlocutores son los niños, verdaderos maestros del arte de fluir, de “dejar
ser”.
Será necesario hacernos de nuevo
niños, aprender de su gesto primario, su simpleza, y dejarnos llevar por su
forma de ver las cosas. Entrar en su territorio, para rozar al menos la fascinación
intacta de la primera mirada.
Marc Chagall, que muy a menudo aleteaba
hasta su infancia, recuerda de esta forma a su padre en el libro “Mi vida”: “Con
su uniforme, grasiento y sucio por el trabajo, con anchos bolsillos de donde
sobresalía un pañuelo rojo apagado, regresaba a casa, alto y flaco. La noche
entraba con él. De sus bolsillos sacaba un montón de pasteles, de peras
confitadas. Con su mano arrugada y sucia las repartía entre nosotros, los
niños. Llegaban a la boca más deliciosas, sabrosas y translúcidas que si
vinieran de la fuente de la mesa. Y una noche sin los pasteles y las peras que
salían del bolsillo de papá era una noche triste para nosotros.”
Qué cerca estaba Chagall de la frescura de la
primera mirada, como también lo estaba Van Gogh en sus tiempos de sosiego. Pongamos
como ejemplo una de las cartas de Vincent a su madre: “Estoy plenamente
absorbido por estas llanuras inmensas de campos de trigo sobre un fondo de
colinas, vastos como el mar, de un amarillo muy tierno, un verde muy pálido, de
un malva muy dulce, con una parte de tierra labrada, todo junto con
plantaciones de patatas en flor; todo bajo un cielo azul con tonos blancos,
rosas y violetas. Me siento muy tranquilo, casi demasiado calmado, me siento
capaz de pintar todo esto.”
Para reafirmar esta reflexión, detengámonos
en las palabras de Maurice Sendak: “El artista pone elementos en su obra que
vienen de lo más profundo de sí mismo. Los toma de una vena peculiar de su
infancia, siempre abierta y viva. Este es un don especial.”.
Joan Miró dijo alguna vez: “Pienso que al final de
mi vida, habré reencontrado todos los valores de la niñez.”
Otros
imprescindibles: nos acercamos al niño con ternura, de forma horizontal, no
vertical. Respetamos su sensibilidad, capacidad e inteligencia.
Comienzo
este último punto con una frase contundente del ilustrador británico Tony Ross:
“Los niños, para mí,
son mucho más importantes que los editores, los políticos o los reyes.”
Sobre esto también nos aporta Maurice Sendak,
refiriéndose a la necesidad de apartarse de lo establecido, o lo tradicionalmente
considerado “correcto”: “…los niños saben más de lo que la gente supone. Los
niños están dispuestos a enfrentarse con temas dudosos que los adultos quisieran
que no conocieran…
Todo lo que tratamos de hacer seriamente es
hablarles acerca de la vida ¿Qué hay de malo en esto? Y, de todas maneras, ya
saben de la vida.”
Sergio
López Suárez afirma: “la idea de literatura infantil que defiendo, es la que
sostiene que su función principal es la de invitar a participar activamente en
la elaboración de significados”.
Aquí,
en palabras de Sergio, queda bien claro que el niño es y debe ser protagonista,
no un simple receptor sino un valioso perceptor.
Quiero
agregar una reflexión de nuestro Rafael Barradas, que tan cerca estuvo de los libros
y los niños: “... Al margen de la pintura, soy escritor de historietas para
niños. Aspiro a ser su rey mago. Al niño hay que darle todos los zumos con
sabor tierno, y hay que interesarlo en el dolor, para despertarle el espíritu
de caridad hacia lo que no está sano. No puedo concebir que hubiera niños que
se desinteresaran por el dolor de los demás.”
Y para
finalizar, comparto una anécdota que me gustó mucho y además define
completamente cuál debe ser nuestra postura frente a los niños: en
una importante galería se exponían obras de Miró. Una abuela con su nieto se
acercó a una de ellas, cerca estaba el mismísimo Miró. Al ver uno de los
cuadros la señora comentó en voz alta: "¡esta obra la podría haber hecho mi nieto!", Miró se acercó a ella y le dijo: “su nieto sí, pero tal vez usted no”.
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